A 192 años, un texto inédito sobre el Pacto de Cañuelas

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Este viernes 24 se cumple un nuevo aniversario del encuentro entre los jefes federal y unitario, Juan Manuel de Rosas y Juan Galo de Lavalle, en la estancia La Caledonia. El director de la Biblioteca Sarmiento, Juan Manuel Rizzi, llevó a cabo un análisis académico, analizando el hecho histórico desde la perspectiva de la filosofía de Friedrich Hegel.


El Pacto de Cañuelas (Rosas-Lavalle) en la Filosofía de la historia de Hegel. Por Juan Manuel Rizzi

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El filósofo esloveno Slavoj Žižek en su película The pervert’s guide to ideology[1] propone a la Novena Sinfonía- la Oda de la Alegría como una obra de adaptación ideológica universal, utilizada por igual en la Alemania nazi, en China comunista, por dictadores africanos y por el grupo de extrema izquierda Sendero Luminoso. La creación de Beethoven funcionaría, según Žižek, como un perfecto “contenedor vacío” que muestra el significado de toda ideología y a la vez nos permite su crítica.

 

Hacia 1824, año del estreno de la gran sinfonía, Georg Wilhelm Friedrich Hegel ya se encuentra dictando sus cursos sobre Filosofía de la Historia Universal. Y preguntamos: ¿podríamos imaginar lo mismo para sus famosas clases?  Es decir, “sacarlas” de Prusia y ponderar su vigencia en diferentes rincones del mundo?

 

Si nos remitimos al filósofo argentino Mario Casalla, ellas nos hablarían en un sentido restringido: allí América es descripta como un continente a la zaga de Europa, donde no sólo su política hasta su geología y el desarrollo de la historia natural muestran un grado de atraso o imperfección respecto a la primera. Aquí tenemos a un Hegel –según Casalla- “demasiado ideologizado” en virtud de su eurocentrismo.[2] De manera que la Filosofía de la Historia no lograría su cometido, aquello para la que fue escrita: dar cuenta de la historia en sentido universal. Y tendríamos que dos contemporáneos, el poeta  Schiller y el compositor Beethoven, logran establecerse más allá de la totalidad hegeliana. Nosotros estudiantes, seguidores de los diferentes momentos de la dialéctica, ¿podemos permitir dicha trasgresión? ¿No habrá mejor que desechar la información falsa – al fin se trata de un filósofo, no de un naturalista- y considerar que en esos años su mirada pudo ser certera sobre en un continente todavía en plena organización, atravesado por revoluciones, sí, pero también por formas políticas que pronto iban a ser superadas para seguir en lo posible a las constituciones y a los estados más modernos?

 

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Mientras el profesor del estado más poderoso del mundo dicta sus lecciones sobre la Filosofía de la historia englobando todos los sucesos ocurridos en una totalidad necesaria y racional, un gobernador de las Provincias Unidas del Sur es fusilado. Y ahora esas provincias, más desunidas que nunca, buscan una nueva unión en tránsito también a una racionalidad que las justifique.

 

El Pacto de Cañuelas se establece en la historia argentina de principios del siglo XIX, ya centralizada en Buenos Aires, como uno de los tantos intentos fallidos de pacificación entre los dimos en llamar, simplificadamente, “federales” y “unitarios”. Luego del fusilamiento del Gobernador Dorrego a manos de un Juan Lavalle influenciado por el clima conspirativo, los hechos se suceden de manera vertiginosa: los unitarios pierden autoridad y el interior se levanta en protesta. El Pacto mencionado, celebrado el 24 de junio de 1829, surge de un intento personal y desesperado del gobernador de facto, el mismo Lavalle, quien emprende un viaje a caballo desde su campamento en Los Tapiales hasta la estancia La Caledonia de Cañuelas donde se encuentra Rosas. Lavalle luego reunirá a sus jefes militares y les dirá: “Juan Manuel es un verdadero patriota y un ciudadano del orden al cual es necesario ver, tratar y conocer”[3], y provocará con esto el enojo unitario: el acercamiento a Rosas ya se consideraba traición.

Cierto es que la correspondencia posterior entre Rosas y Lavalle trasluce una amistad y un verdadero intento de “arreglar las cosas” a pesar los diferentes grupos y las encontradas ideas que representan. Y si hay algo que remarcar aquí es que se trata de dos hombres movidos por pasiones particulares y que, detrás de ellas, bulle un país. La pasión de Lavalle está lejos de ser inútil; soldado de San Martín, héroe de la guerra del Brasil, espada unitaria, brazo ejecutor de la muerte de Dorrego. Todos los apelativos que recibió de contemporáneos y escritores tienden a señalar una desproporción entre su capacidad de acción y su racionalidad, en beneficio de la primera: “La espada sin cabeza” (Alberdi), “El cóndor ciego” (José María Rosa), “El General sin miedo” (Ernesto Sábato). De Rosas se ha escrito mucho y sospechado otro tanto, por lo cual dejemos que él mismo se defina en una carta surgida en este contexto:

 

“Yo me atrevo a pronosticar, sin temor de equivocarme, que si el general Lavalle se une conmigo de firme, el país se salva…Juan Manuel de Rosas es un hombre de bien, un labrador honrado, amigo de las leyes y de la felicidad de su país. Tiene en él una fortuna arraigada, esposa, hijos, padres, hermanos. Treinta y cinco años de edad que los más ha pasado en el retiro de una vida obscura que es lo más acomodable a su temperamento. En una vida privada donde ha debido meditar en medio de una calma libre de pasiones. ¿Cuáles serían, pues, sus aspiraciones después de las lecciones que presenta la historia de todas las revoluciones del mundo?”.

 

Juan Manuel de Rosas a Ángel Pacheco. Cañuelas, julio 24 de 1829.[4]

 

Al revés de lo que indicaría la “ilustración” unitaria y la difundida frondosa personalidad de los caudillos, el tiempo que rodeó a este hecho mostró pasional al unitario y racional al federal.

Aquí hay dos hombres, y el estado de derecho falta. La satisfacción de las pasiones –sostiene Hegel- “no respeta ninguna limitación del derecho y a la moralidad”, “la violencia natural de las pasiones es mucho más próxima al hombre que la disciplina artificial y larga del orden” (Hegel, 1980, p.79). Sin embargo tanto Lavalle como Rosas no desconocieron el orden. En el primero fue la disciplina de las armas; al segundo algunos revisionistas así lo llaman: “el hombre del orden” (José María Rosa), sin duda aprendido en sus estancias. En Rosas la ley se parece a un hombre –él mismo escribe sus “Instrucciones a los mayordomos de Estancias”. Tengamos presente el ejemplo que da Hegel de César, quien “al conservarse a sí mismo y mantener su posición, honores y seguridad” hizo crecer el imperio (Hegel, 1994, p. 86). En Rosas el modelo es la estancia, que se impondrá enseguida como el país ganadero con puerto de salida en Buenos Aires.

 

 

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Si el tema de la historia universal en Hegel es siempre la idea acabada, ésta contiene necesariamente el primer momento del pensamiento abstracto, equiparable en la Argentina de entonces a la fracasada constitución unitaria o inclusive a la del 53’ copia de las más “adaptables” de ese tiempo según el mismo Alberdi.[5] El segundo momento es el de la voluntad y la realización (Hegel, 1994, p.81). La pasión de los hombres. Cuando el secreto poder de Rosas comience a actuar -en 1829 con el bloqueo y el desabastecimiento de la ciudad-, Lavalle deberá firmar el pacto de pacificación que no es más que lisa y llanamente su rendición.[6] Al final del año Rosas es votado Gobernador por la Legislatura, y en 1830 ya actúa con Facultades Extraordinarias.

 

Dijimos que en Argentina no había estado de derecho. En los primeros años luego de la Revolución de Mayo ese estado se está creando en las pasiones de los hombres.  Las pasiones –dice Hegel- son como los elementos naturales al construir una casa: el hierro, la madera y la piedra hacen de materiales, pero los elementos (agua, tierra, fuego, aire) cooperan a cada momento para que los materiales puedan ser uno con la vivienda. Y a pesar de todo, la casa existe para proteger a los hombres de esos mismos elementos naturales (Hegel, 1994, p.82). Es así como lo racional y lo universal acaba por determinarnos, con las pasiones como el elemento libre que se satisface a sí mismo y a la vez se combina con lo demás.

 

Se explica que Hegel no entiende por pasiones el costado malo o inferior del alma humana sino su faz activa, que lo impulsa a actuar. Resumen y amplían los apuntes de sus clases sobre Filosofía de la historia universal: “Por tanto, cuando diga: pasión, entenderé la determinación particular del carácter, por cuanto estas determinaciones de la voluntad no tienen solamente un contenido privado, sino que son el elemento impulsor y activo de los actos universales” (Hegel, 1994, p.83).

 

 

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Si hay que ubicar a la Argentina de 1830 en alguna representación previa al estado de derecho, Hegel propone el estado patriarcal. El mismo que define con “base en la relación familiar, que expresa la primitiva moralidad”. Más allá de la obvia descendencia que se transforma “en tribu, en pueblo” de la que en Argentina sobran los ejemplos y después distinguimos como “élite criolla”, importa señalar que, según Hegel, estas relaciones se caracterizan por “una unidad de sentimiento, de amor, de confianza, de fe recíproca” (Hegel, 1994, p. 106), rasgos propios de nuestra política por mucho tiempo. Rosas y Lavalle, cuyas familias fueron íntimas, hermanos de leche -amamantados por una Lavalle- según una tradición fundada[7], quisieron basar los destinos del país en una mutua confianza que no tardaría en despedazarse. Se puede ver al ardid de la razón funcionando, aunque las pasiones particulares de la amistad pronto harán lugar al inevitable enfrentamiento de bandos y “los individuos serán sacrificados y abandonados” (Hegel, 1994, p.97) La pregunta es si el sacrificio logró establecer un contenido universal y por tanto racional, como pretende Hegel. Lo cierto es que el renunciamiento permanente de Rosas a sus cargos, fuera o no una artimaña personal, no hace más que afianzarlo cada vez con más amplias facultades de gobierno. Cuanto más individual quiere ser, más se universalizan sus responsabilidades.

 

Escuchemos las conocidas palabras de Juan Bautista Alberdi sobre el régimen rosista, en las que varios revisionistas quieren ver una reivindicación:

 

“El señor Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe”.[8]

 

Hegel ha dicho que ningún hombre puede trascender el espíritu del pueblo, y este espíritu es también el espíritu universal, el que no puede perecer (Hegel, 1994, p.66). ¿Podemos considerar a Rosas un primer momento de la racionalidad representada por el pueblo que son los gauchos, quienes fueron los primeros en dominar la naturaleza de la pampa –luego del fracaso español- de acuerdo a un tópico que va a aparecer en los escritores del Centenario? [9] El gaucho “domó la violencia natural”[10], que en Hegel será el principio para “la educación de la voluntad de lo universal y en la libertad subjetiva” (Hegel, 1994, p.202). Ciertamente aquí para Hegel no hay racionalidad, se trataría del mismo comienzo de la Historia: el hombre enfrentado a los elementos.

 

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Para la autoconciencia hay otra autoconciencia; ésta se presenta fuera de sí. Hay en esto una doble significación; en primer lugar, la autoconciencia se ha perdido a sí misma, pues se encuentra como otra esencia; en segundo lugar, con ello ha superado a lo otro, pues no ve tampoco a lo otro como esencia, sino que se a sí misma en lo otro”. (Hegel, 2007, p. 113).

 

Retomando un momento importante de la Fenomenología del espíritu, el de “la lucha de las conciencias contrapuestas” –conocido luego como la Dialéctica del Amo y el Esclavo[11]– el Pacto de Cañuelas resultaría una instancia fundamental de la Autoconciencia. Si su movimiento es el “movimiento duplicado de ambas autoconciencias”, Rosas y Lavalle, y “cada extremo es para el otro el término medio a través del cual es mediado y unido consigo mismo” sin definir aquí quién es Señor y quién Siervo, decimos que Lavalle empieza a ser su destino cuando cruza la tranquera de La Caledonia, y que Rosas deviene su poder, y que en esta lucha –según Hegel “a muerte”- para mantener y ser en libertad, no se logra establecer un Estado, lo que para el prusiano indicaría el uso pleno de las libertades. No hubo superación de la autoconciencia simple, no se enriqueció pasando por lo otro, llevando a cabo lo que Hegel llama el retorno de doble sentido: superación de lo otro hacia sí, y restitución a sí misma de la otra autoconciencia, que también era en lo otro, fundamentando así la libertad (Hegel, 2007, pp.114-115).

 

En la visión empírica de la historia “contemplamos fines e intereses particulares”, y “hay que franquear un hondo abismo para llegar a descubrir en esos fenómenos el pensamiento” (Hegel, 1994, p. 75). Este recorrido ha podido ser apenas una vislumbre del espíritu rodeado de la noche de la cual saldrá una nueva verdad (para Hegel, la misma verdad). Y “América –no olvidarlo- es el país del porvenir” (Hegel, 1994, p.177).

 

 

 

FUENTES PRINCIPALES:

Hegel, Georg Wilhelm F.: Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Barcelona: Ediciones Altaya. 1994.

Hegel, Georg Wilhelm F.: Fenomenología del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica. 2007

 

BIBLIOGRAFÍA DE LAS NOTAS:

[1] http://pelispepitos.tv/peliculas/the-perverts-guide-to-ideology

[2]Casalla, Mario: América en el pensamiento de Hegel. Admiración y rechazo. Buenos Aires: Catálogos. 1992.

[3]Gálvez, Manuel: Vida de Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Claridad. 2007.

[4] Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Tomo I. Buenos Aires: Editorial Albatros. 1953.

[5] El profesor Ricardo Etchegaray propone a la del 1949 como la primera Constitución argentina del “universal concreto” –o en términos de Mario Casalla el “universal situado”- al reparar por primera vez en los derechos de los trabajadores.

[6] Recalt, Gustavo: El significado del Pacto de Cañuelas en la historia. Artículo en el periódico La información de Cañuelas. Año 2008.

[7] Mansilla, Lucio V.: Rozas. Ensayo histórico-psicológico. Buenos Aires: AZ editora. 1994.

[8] Alberdi, Juan Bautista: Fragmento preliminar al estudio del derecho. Buenos Aires: Hachette. 1977.

[9] Lugones, Leopoldo: El payador. Buenos Aires: Eudeba. 2012.

[10] La cita completa incluye la palabra “doma” (traducción de José Gaos): “La historia universal es la doma de la violencia desenfrenada con que se manifiesta la voluntad natural…”

[11] El profesor Ricardo Etchegaray sugiere que la Dialéctica del Amo y del Esclavo en Hegel surge de un estado previo a lo humano. No hay humano sin este “reconocimiento” que se produce cuando superamos al Amo y al Esclavo. Mientras que en Marx debemos de alguna manera repetir este paso para desembarazarnos de lo histórico. En Hegel se trata de cómo superar la naturaleza; en Marx de cómo superar lo histórico.