BIENVENIDOS AL TREN

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Por: Daniel Roncoli. Entre tantas llagas que nos dejó la pandemia, hay marcas que aún nos duelen por impregnar su aureola sin que hayamos podido reaccionar como nuestro corazón lo reclamaba. Entre las pérdidas, sin dudas una trascendente para Cañuelas y para mí -me atrevería a subir la vara y decir «para los medios de comunicación en su conjunto», dada su brillante trayectoria posterior-, fue la de Mario Bevacqua. La apuesta que hizo por la radiofonía y las oportunidades que proporcionó ya son, en sí mismo, un mundo. Quiero recordarlo a través de una anécdota que señala una de sus características, la de auténtico pionero.
BIENVENIDOS AL TREN
Donde solo había estériles polémicas de café, cacatúas de curiosidad tan grande como sus picos o medios de comunicación periódicos de un lenguaje alambicado, Mario Bevacqua vio una radio. Era un gran desafío porque a la complejidad técnica debía sumarle sus propias inhibiciones: constituía un espíritu libre, era un diletante al que su relación con la comunicación la establecía desde la cabina de un disc jockey, por lo que era observado de costado por la cátedra del periodismo local. Sin embargo, se animó al salto sin red y se dedicó a patrullar pueblos para ver cómo funcionaban los servicios de radiofonía comunitaria, poco más que un parlante que se instalaba en los hogares o comercios y que mediante un sistema de tendido de cable recibía música funcional y algunas noticias.
A la dificultad propia que llevaba vender puerta a puerta la novedad, mirada con desconfianza desde el mismo momento en que dos técnicos debían irrumpir para ubicar contra la pared una caja que generaba más desconfianzas que certezas, a activar el cobro de la mensualidad por un servicio inmaterial y procurar que los camiones o vehículos de porte no arrasaran las instalaciones en las boca calles, Mario le sumó otro obstáculo. No se conformó con emitir música y pasada una etapa experimental, se empecinó en armar una programación con un fuerte acento en lo que entonces –primeros ’80- era tendencia en las AM más reconocidas con una programación digna de cualquier FM porteña en los horarios marginales. En esa batalla, sin ser un hombre del deporte, y mucho menos un apasionado de las transmisiones deportivas, oyó con atención y respeto a un grupo de delirantes que deseábamos transmitir la campaña de Cañuelas Fútbol Club en Primera D.
LC 5 Radio Emisora Cañuelas fue desde el momento cero un portento técnico porque Mario, muy cuidadoso de la emisión musical, la discoteca, la fidelidad del audio y con el deseo firme de crecer más por su condición de soñador que esbozar alguna arista como empresario de medios, armó un control y un estudio de avanzada, lo que garantizaba una salida al aire profesional más allá de que todos los contenidos eran proporcionados por aficionados. Pero las transmisiones deportivas para él eran sapos de otro pozo, sobre todo cuando le planteamos hacer algunas pruebas piloto con Cañuelas presentándose en condición de visitante –aún en la etapa de las cajitas de níquel, de camino a conseguir su licencia como propietario de una FM-. Notábamos con cierta preocupación que al no ser de arranque una emisora que permitiera escucharse portátil, ninguno de los que iba a la cancha cuando Cañuelas actuaba como local eran nuestros oyentes y esa era, en nuestras trasnochadas elucubraciones, el público genuino. Dicho de otro modo, fantaseábamos que si se nos daba la oportunidad de hacer la campaña del cuadro como visitante reventaríamos la audiencia. Con el ariete de esa fantasía lo pusimos al borde del precipicio y lo invitamos a dar un paso adelante.
Una tarde apareció en la vereda de la radio un tal Buseca –o algo así-, un mago de la técnica radial del que Mario era, acaso sin más remedio, devoto. Buseca del que su rostro y sus expresiones no permitían atisbar ningún sentimiento, ni descubrir en qué estaba pensando, o si se había agarrado un dedo con la puerta del auto, había salido con una señorita tapa de PlayBoy, sacado la Grande de Reyes o sufría de calor o de frío, emitió un gesto de enorme simpatía al dirigirse al baúl de su cascoteado Peugeot 504 y sacar un estrafalario chirimbolo. A quién era e iba a ser por bastante tiempo el técnico de la radio le manifestamos nuestros deseos de relatar desde la cancha de General Belgrano –lo que hoy es Lugano-, al Naranja frente a nuestro querido Albirrojo. Sin hablarnos y con módicos gestos, a cambio de un honorario que no era módico, Buseca nos explicó que con ese chatarrerío y una línea de teléfono podríamos generar una transmisión de calidad profesional. Todo era sospechoso porque no se trataba de una consola como uno podía imaginar sino algo más indefinido en sus formas, con dos manivelas colgantes de unos cables que nos invitaban a hacernos un electroshock, pero como Buseca se acercó el día previo hasta el lugar del hecho para una comprobación, nos embarcamos en la quimera mientras su auto, tras no poder sortear dos pozos, pareció desmantelarse frente a nuestros ojos.
No solo eran aparatejos y corazonadas, a Buseca lo avalaban sus pergaminos en la creación de otras radios de baja frecuencia y su chapa como técnico de Radio Nacional y Del Plata, según aseveraba su tarjeta de presentación. Si no me falla la memoria, éramos tres los encargados de la puesta en el aire, donde compartía micrófono con el siempre recordado Héctor Ghigliazza y supongo que Pacho López –el Gordo Diego Villalba, alma de esas travesías tenía un compromiso arbitral, otro de sus berretines-. Lo cierto es que un señor de apellido Dinnella, vinculado al Ferrocarril General Belgrano, nos garantizó una línea telefónica que le alquilamos por hora, generando la llamada desde Cañuelas para evitarle cualquier gasto. A decir de Buseca todo funcionaba de maravillas pero como los periodistas asignados en el estadio no teníamos retorno de línea y la radio solo emitía por circuito cerrado, éramos esclavos de nuestra buena fe. El cable empalmado, entre el rollo que llevamos desde Cañuelas y el que dejó Buseca nos obligó a plantear nuestro puesto de transmisión a varios metros del campo de juego, a lo que Dinnella, solícito porque ya había sido untado, nos ofreció una maravillosa solución.
-Les presto este tren, transmitan desde acá que este es un ramal de vía muerta.
La pequeña formación, compuesta por unos pocos vagones y la locomotora, en una vía paralela de la estación de Tapiales, era una cabina lo suficientemente cómoda aunque su posición, algo sesgada, nos obligaba a una visión en diagonal de escaso privilegio. Una vez que Dinnella le puso valor a lo que nos prestó, arrancamos la transmisión siguiendo algunas contraseñas que nos inventamos con Mario, ubicado en estudios centrales, con los otros resultados de la fecha y el PRODE. Por ejemplo, si en nuestro partido no pasaba nada y Pocho Ghigliazza pegaba tres avisos comerciales en lugar de dos, Mario debía irrumpir con el informe de un gol o un repaso de algún resultado que no debía superar la cuenta de diez, así no lo pisábamos quienes relatábamos y comentábamos desde exteriores, callados a propósito para que “Charly” Bevacqua tapara el bache. Lo cierto es que en un momento de la emisión, casi en el arranque, tuve la infeliz idea de hacer una retórica en la que reseñaba la estadística favorable de Cañuelas sobre General Belgrano y las ignominiosas goleadas que le habíamos propinado cuando la cabina comenzó a moverse alejándose, en su traqueteo, cada vez más del perímetro de juego. Cuando pude redondear mi frase, directamente, no alcanzábamos a ver las acciones iniciales y lo más loco del caso es que no observábamos a nadie a bordo de la locomotora. Rápidamente, a tres minutos de iniciado el encuentro, Jorge Maestu urdió una bonita maniobra que intuimos más que vimos, lo que nos prodigó en elogios. Fue el acabose. La cabina volvió a ponerse en movimiento y esta vez la marcha con dirección a los andenes fue tan vertiginosa que el chirimbolo de Buseca voló por los aires cortándose abruptamente la emisión, mientras nosotros buscábamos sin éxito a quien nos había garantizado el puesto de transmisión.
Debajo de un ajado banderín de General Belgrano, en el auricular descolgado de la oficina de la estación de Tapiales, se escuchaba la voz contrariada de Mario Bevacqua, quien puteando a Dinnella, acababa de recibirse de Director de una Organización Deportiva Radial. Aquellos ciento ochenta segundos al aire de un cotejo de Cañuelas como visitante eran una marca que hasta ahí nadie había logrado siquiera igualar.