Cuentos para contar, realidades para narrar.

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El escritor cañuelense Juan Carlos Viale se reunió con CañuelasYa para hablar sobre su trayectoria tanto en los cuentos como en la música, y compartir lo que más le gusta: contar historias.

Juan Carlos Viale es un escritor cañuelense, técnico mecánico, músico y compositor asociado a la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), ex miembro de la banda Grupo Latino, y un apasionado por contar historias verosímiles ancladas en la realidad, pero que invitan a volar la imaginación. Para explicar su estilo y técnica al momento de expresarse sobre el papel, Viale se refiere a las palabras del dramaturgo Oscar Wilde: “No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo”.

Viale cuenta con una amplia trayectoria cuando se trata de empuñar lápiz y papel: lleva casi 150 cuentos escritos, y recibió 124 premios; el más reciente es su flamante tercer lugar en el certamen “Libro de Oro” en Mar del Plata por “Pateando la vida”, un cuento humorístico sobre fútbol. Además, cuenta con 200 canciones registradas en SADAIC, y afirma que la única diferencia entre la canción y la narración es que a “una se le pone música y a la otra no”.

¿Cómo empezaste a escribir?

Empecé ya en la primaria, y en la secundaria fui haciendo cosas más como para mí. En ese entonces, yo ya estaba con la música, porque empecé de muy chico escribiendo canciones. Para mí, tiene mucho que ver canción con escritura, es todo lo mismo, nada más que a una se le pone música y a la otra no. Siento que se le pone más sentimiento, no sé. Bastantes años después, en el 2007 participé por primera vez en un concurso en Junín con una poesía y gané una mención, y fuimos a pasar con mi señora, Graciela, el fin de semana allí. En la entrega de premios vi que la persona que había ganado en cuentos era un ingeniero de 70 años que escribió un cuento espectacular, y me dije a mi mismo, “qué lindo sería escribir así”. Ahí me empezó a gustar. Yo tenía cuatro renglones de un cuento- bah, cuatro renglones una situación, sobre Malvinas. Lo empecé a desarrollar, y me llevo tres años completarlo. Cuando lo terminé, se lo mostré al profesor y buen tipo Tito Riva, y me dijo “bueno Carlitos, ahora no vas a parar más”. En el momento lo dudé, porque estuve tres años para terminar un solo cuento; pero hoy ya tengo casi 150 cuentos escritos. Como escritor, puede haber una semana en la que escribo dos o tres cosas y después durante dos o tres meses no escribo nada, pero siempre ando con una libretita encima por sí se me ocurre una situación. Participe de mi primer concurso en el 2007, y desde ese entonces hasta el momento recibí 124 premios.

Empezaste con la poesía, ¿hay alguna que recuerdes?

Cuando hice el servicio militar a los 18 años en Junín, yo estaba de novio con mi señora. Una noche estaba escribiéndole una poesía porque se venía el día de la primavera y un compañero se me arrimó y yo digo “bueno, acá me van a gastar…”. Me preguntó que estaba haciendo, así que le conté y le gustó, y me pregunto si le podía escribirle una para su novia. Así empecé a escribir a cambio de alfajores; lo pasé bárbaro, volví con como 20 kilos de más por comer alfajores. También me acuerdo que cuando le escribía cartas a mi señora cuando éramos novios, ella siempre me corregía los errores, porque estudiaba para ser maestra… ya lo llevaba en el alma.

También tenes historia con la música, ¿cómo arrancaste?

Empecé desde chico, tocábamos en lugares de campo con mi profesor de música. Después tuve mi primer grupo con mi papá, que en ese entonces se llamaba Viale y sus Rítmicos. En el ’80, cuándo mi papá ya no estaba, le pusimos Grupo Latino a la agrupación y empezamos a trabajar mucho más. Sacamos tres casetes, y todas las canciones las escribí yo. Lo más lindo de esa época fueron todos los lugares y la gente que conocimos, pero era difícil, porque también teníamos nuestros trabajos: yo trabajaba operando las máquinas en la fábrica de La Serenísima. Demandaba mucho tiempo y esfuerzo, porque nos presentábamos casi toda la semana en clubes; si no me hubieran acompañado mis compañeros de trabajo, no lo hubiera podido hacer.

Ya que mencionaste tus composiciones, ¿hace cuánto estás asociado a SADAIC?

Cuando tenía 11 años, fui con mi papá a SADAIC a registrar el primer tema, pero no lo pude registrar porque me dio miedo, así que nos volvimos. Era muy grande para un chico de 11 años, estaba lleno de pulpos que te querían sacar algo. Volví después de estudiar mucho, rendí examen a los 18 años y me asocié a SADAIC con mi primera canción. Tengo registradas casi de más 200 canciones, la mayoría grabadas y editadas por nuestro grupo. A veces me sorprendo con que alguien usa mis canciones y me pagan los derechos, es muy lindo. Siempre deseo que algún grande me robe un tema…

¿Te gustaría volver a hacer música?

Tengo un sueño que me quedo picando de armar un grupo exclusivamente de música melódica con temas míos, pero me pasa algo raro cuando voy a bailes. Me alejo yo solo, porque me doy cuenta que me gustaría, pero me doy cuenta que la tecnología ya me ha corrido, siento que no me adaptaría. Además, los tiempos y lugares han cambiado. No dudo que haya posibilidades, pero lo que pasa es que te cansa mucho también. Además, siento que ya le robé mucho tiempo a mi familia. Hemos tenido épocas muy buenas de mucho trabajo, pero mis hijos cuando eran chiquitos se tenían que quedar con el abuelo. Una vez, cuando mi hijo tenía 4 años, me preguntó por qué no me quedaba con ellos en las noches, y eso me quedo rebotando. Llegó un momento en el cual empecé a frenar y disfrutar un poco de mi familia.

¿Qué te parece importante incorporar en tus cuentos?

Cuando escribo, las historias pueden ser inventadas, pero los lugares y las fechas, entre otras cosas, son reales, para situar a la gente en algo real. Por ejemplo, no le puedo decir alguien que está leyendo un cuento que el obelisco está en La Pampa, no quedaría lindo. Así que aprendí a usar internet para situarme en los lugares. Tengo un cuento que se llama “Hola, Juan” que está relacionado a la dictadura, y lo sitúe en Cañuelas y Junín, donde yo hice el servicio militar, en un pueblito que se llama Los Árboles en Mendoza. Mi papá nació ahí, y por eso lo conocía. Me puse a buscar qué destacamentos militares tenían, qué conventos habían. Para otro cuento, llamé a gente de San Vicente para saber cómo se llamaba la YPF que está en la entrada de la ciudad. Me gusta, porque además aprendo.

¿Sobre qué te gusta escribir?

Fundamentalmente esto, la realidad de los lugares. Son mis disparadores. Una vez escuché en la radio una historia real sobre un jugador de fútbol que había tenido un accidente familiar que estuvo a punto de suicidarse y después escribí algo sobre el tema. Depende mucho de qué me llama la atención. Hace unos meses completé una saga de cuentos de deporte porque me atrapó ese tema, y fui entrelazando historias. Más que nada me gusta mucho la base de lo real, porque lo ves reflejado en tu cotidianeidad. Hace un tiempo escribí un cuento sobre un sicario colombiano, así que busqué los nombres que se usan allá: le puse Jhon Jairo, y 5 meses después, cuando estaba leyendo el diario, vi que habían arrestado a un sicario con ese mismo nombre. Sentí que lo había elegido bien (risas).

¿Qué es lo que más te cuesta?

Soy técnico mecánico, y aunque en la secundaria fui abanderado, la única materia que me llevé en mi vida fue castellano. Era malísimo, y mi señora me ayudó con eso, porque hay muchos concursos que se fijan muchísimo en toda la ortografía. Todavía sigo aprendiendo, y a veces la canso porque me revisa 10 veces el mismo cuento… Me cuesta mucho encontrar palabras y no ser repetitivo de las que uso. Mi mujer me obliga a agarrar el diccionario y buscar sinónimos, pero está bueno y me ayuda mucho. Últimamente estoy participando muchos concursos de microcuentos, y en la mayoría de los concursos son de hasta 100 palabras. Te sirve todo, desde el título hasta la última palabra, y está buenísimo porque te obliga a sintetizar muchísimo y a trabajar la cabeza.

¿Qué es lo más lindo que te dijeron sobre tus cuentos?

A veces nos piden que pasemos a leer lo que escribimos, yo no suelo hacerlo, pero una de las veces que sí, al terminarlo me puse a llorar. Me venció la emoción, y se me acercaron dos personas que me preguntaron sí todo lo que conté era real, lo que es decir que toda la trama y el final de la historia daban a pensar que era algo que paso de verdad. También me ha pasado que gente de los lugares donde basé mis cuentos me pregunten si yo viví ahí alguna vez, me da mucho orgullo reproducir esa autenticidad sin conocer esa realidad.