El día que Chicho hizo llover

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Emulando al ingeniero Juan Baigorri Velar, “Chicho” Procopio prometió saciar la sed de agua de los cañuelenses ante una prolongada sequía. Y lo logró.


A medida que los años pasan, algunos nombres quedan. Quedan por lo que construyeron, por lo que escribieron, por lo que significaron para cada época. Y algunos quedan en la memoria de lo cotidiano, de lo popular, en la anécdota. Quedan sus historias, que se van enriqueciendo a medida que pasan de boca en boca, y transforman a las personas en mito.

Y es este el caso de Chicho Procopio. Discutido y polémico como pocos. Profesión peluquero, como le gustaba decir, fue protagonista de innumerables recuerdos que todavía perduran en las mentes de los memoriosos.

A mediados de los años sesenta, la sequía era una constante en toda la región. Agrícola como pocas, Cañuelas sufría las consecuencias de semejante adversidad climática. Así fue que varios incautos creyeron en las bondades de un tal Juan Baigorri Velar (foto), un supuesto ingeniero que prometía a quien abonara sus honorarios, que en sus tierras llovería. Equipado con un aparatoso equipo de luces estroboscópicas y sonidos metálicos, se presentaba y ejercía una especie de ritual científico que por lo general no daba ningún resultado. El engaño se descubrió pronto, y varios crédulos vieron ir parte de sus ingresos en manos del inefable chanta.

Al poco tiempo, el tema fue olvidado, hasta que una nueva noticia corrió como pólvora en toda la ciudad de Cañuelas: Chicho haría llover.

Era tal la necesidad de agua, que el escepticismo casi no tuvo lugar. Esa tarde de verano una pequeña multitud se había reunido en la calle de la casa de Juana Ludueña, frente al lugar donde hoy se ubica la comisaría local, y esperaba ansiosa que apareciera el hombre que había prometido la lluvia.

Chicho Procopio apareció, rodeado de luces y baterías, vestido con un atuendo extraño, y comenzó a vociferar conjuros y maldiciones, exhortando a la lluvia a hacerse presente. Nada. Más gritos, más gente que se acercaba al ver el alborotado gentío. Nada. A medida que crecía la impaciencia se caldeaba más el ánimo.

Finalmente, Chicho gritó: –¡Quieren agua, acá tienen agua!

Una lluvia de agua medio podrida bañó a toda la concurrencia: Eberto, Cacho y el Petiso, entre otros amigos de Chicho, hicieron llover desde arriba del techo utilizando baldes y palanganas, dejando atónita a la concurrencia que no comprendía nada de lo que pasaba.

Cuando por fin cayeron, dieron paso a los insultos, por supuesto. Pero ya era tarde: Chicho y sus amigos habían hecho mutis por el foro, dejando a todos el recuerdo de esa tarde como “el día que Chico hizo llover”.