Cañuelas, un cuento de Navidad entre tradiciones, luces y milagros sencillos

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En Cañuelas, la Navidad no llega de golpe: se va anunciando despacio, como un susurro que recorre los campos y las calles del pueblo. Diciembre es un mes vertiginoso, sí, pero también profundamente emotivo. Es tiempo de reencuentros, de brindis improvisados, de abrazos que cierran el año y abren la esperanza. Cualquier excusa es buena para levantar la copa: el verano que asoma, la amistad que resiste, el simple hecho de estar juntos.

por: Martin Aleandro.

En esta tierra campera, las fiestas conservan rituales antiguos. Los lechones, los corderos o los terneros que crecieron semana a semana se transforman en el centro de la mesa. Los paisanos se reúnen como lo hicieron siempre, casi sin darse cuenta de que están repitiendo una ceremonia heredada. El asado antecede a la noche buena, las copas se llenan generosas y la charla se extiende bajo el cielo abierto. Es un rito criollo, sencillo y profundo, que también es Navidad.

Mientras tanto, el corazón de la ciudad se enciende. Las vidrieras se visten de luces, los colores invitan a detenerse y las calles se llenan de gente. Hace apenas unos días, un Papá Noel recorrió la Avenida Libertad y Del Carmen en sulky, escoltado por un gaucho que llevaba orgulloso la bandera de Cañuelas. Fue una postal única, casi mágica, porque aquí la Navidad también se adapta, se hace propia, toma identidad local.

La escena continuó en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, donde el párroco Ramón Costilla bendijo la ceremonia y entregó la imagen del Niño Jesús para el pesebre armado frente a una Plaza Libertad colmada. Familias enteras disfrutaron del cortejo, de la feria de emprendedores y artistas, y de ese clima especial que sólo se vive una vez al año, cuando el tiempo parece aflojar su marcha.

Y como todo cuento navideño, la historia nos lleva más lejos, a los orígenes. Mucho antes de que existieran los trajes rojos y los renos, en el siglo IV, nació en Patara —en la actual Turquía— un joven llamado Nicolás. Huérfano y heredero de una gran fortuna, hizo algo poco común: decidió compartirlo todo con los pobres. Religioso y generoso, fue obispo de Mira, pero nunca dejó de estar cerca de la gente, de sus problemas y necesidades. Así comenzaron a tejerse las historias que lo volverían eterno.

Una de ellas habla de tres hermanas sin dote, condenadas a un destino oscuro. Nicolás, al enterarse, entró una noche por la chimenea y dejó monedas de oro en las medias que se secaban junto al fuego. Ese gesto silencioso salvó vidas y sembró una tradición que atravesó siglos y continentes: la de regalar sin esperar nada a cambio.

Con el paso del tiempo, el relato migró, cambió de nombre, de colores y de formas. San Nicolás se transformó en Sinterklaas, luego en Santa Claus, y finalmente en el Papá Noel que hoy conocemos. Pasó de obispo a viajero nocturno, de burro a renos, de verde a rojo. Pero algo nunca cambió: el espíritu solidario que lo originó.

Quizá por eso la Navidad sigue teniendo sentido. Porque más allá del mercado, de las luces y los regalos, todavía habla de gestos simples, de comunidad y de esperanza. En Cañuelas, esa magia sigue viva: en el campo y en la plaza, en el sulky y en el pesebre, en cada brindis compartido.

Y así, entre tradiciones y cuentos que se renuevan, la ciudad vuelve a celebrar.
Hasta la próxima.
Feliz Navidad. 🎄✨