2001, el otro país (2da parte).

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Lic. Raúl E. Valobra

Sabía que volver también implicaba el dolor de asumir la separación, la disolución absoluta de ese núcleo familiar que habían conformado con su ex pareja, pero estaban los hijos y sus sueños, trabajar por el futuro de ellos, y trabajar desde cada campo de batalla, ya había pecado una vez de individualismo y no lo haría dos veces, sabía ahora que la lucha era colectiva y como aseguraba Héctor Germán Oesterheld desde “El Eternauta”, donde hablaba del “Héroe colectivo, un grupo humano”. Reflejando una verdad palmaria que pocas veces se dice o se pronuncia el único héroe válido es el héroe que surge de una conciencia grupal, jamás hemos asistido a una construcción monolítica victoriosa.

 De todos modos, esto ya no podía ser parte de un aprendizaje individual e intrasmisible, su tránsito por el dolor del destierro no debía ocurrirle a nadie más en este país, para que ningún joven tenga que irse de su tierra porque no tiene posibilidades de inclusión y desarrollo, se propuso hablar desde su experiencia sobre el desgarro de vivir lejos de tu patria, de tu gente, lo que significa exponerse al filo silencioso de la distancia, al dolor permanente de las ausencias, a los abrazos vacíos de la soledad. Entonces, cada vez que dentro de la organización política en la que participaba estaba la posibilidad de hablar sobre los modelos de país, él pedía la palabra para narrar desde adentro su dolorosa experiencia personal.

 Allí contaba sobre el fracaso de los 10 años del Menemismo, el colapso de la Alianza y el triste final de un modelo que dejó al pueblo de rodillas, con millones de excluidos, marginados, desocupados y a los bancos con los ahorros de la gente, de los pobres porque los ricos fueron informados para que sacaran antes sus dólares. Hablaba también de ese resurgimiento de la Argentina, a través de la llegada de un Proyecto Nacional Y Popular, que reivindicaba y reclamaba la participación de todos lo que se querían sentir parte de esa militancia encolumnada detrás de cada acto, inauguración o discurso de sus líderes.

 El 2015 había arrancado de un modo distinto, raro, toda la runfla mediática y judicial estaba tramando un golpe, de la mano de “don Héctor”, el mafioso más temible de este país, no aguantaban más la conquista de derechos, el pueblo feliz, los sueños vigentes, la deuda externa saldada, la recuperación del orgullo argentino junto con todas las empresas nacionales que se regalaron en los 90, tanta alegría en la sociedad no era propicia para que germine el desencanto, más allá del esfuerzo titánico que a diario los medios desplegaban queriendo mostrar un país que los hechos refutaban. Pero el amasijo que se pegó Nisman cayó justo en un año de elecciones presidenciales en las que el personaje más nefasto, corrupto e incapaz de la historia, Mauricio, intentaría llegar a la Rosada y para ello había que destruir al Kirchnerismo.

 Fue tremendo atravesar por ese 2015, observar la emanación constante de esa pus que le brotaba a los anti K, esa grieta de odio por donde afloraban las miserias humanas más espantosas, cosas que nunca nos atreveríamos a imaginar ni en nuestras elucubraciones más voladas, pero los hijos de los que bombardearon la plaza en el 55 regresaron por los sobrevivientes, ni aquellas víctimas inocentes, ni los fusilados de José León Suárez ni los 30 mil hermanos muertos por la última dictadura los detuvo, tienen una enorme facilidad para fecundar su odio, reproducirlo y hacer creer que los receptores de tanta maldad sean vistos como culpables, en esta ecuación perversa de la historia que a diario escribe el poder real de este país.

 Fue tanto el odio que inocularon en la sociedad que el suicidado fiscal pasó a ser casi un prócer, olvidando el espurio manejo de los recursos del estado, sus “fiestitas” constantes y el dinero sucio que apareció en cuentas sin declarar, que por otra parte no condecían con lo que cobraba y sus gastos exorbitantes, el infantil argumento que iba a presentar como prueba en su denuncia en contra de Cristina para vincularla con los autores del atentado a la AMIA, los 200 llamados de Bullrich y Laura Alonso, la ingesta de alcohol, acorralaron al fiscal y decidió quitarse la vida. Pero existen seres que se alimentan de la carroña, capaces de hundir sus fauces en la pestilencia nauseabunda de una muerte, bueno ellos capitalizaron esa muerte y con ella llevaron a Macri a la presidencia en el 2015, en lo que se constituyó en un fraude electoral abominable de la democracia.

 Sobrevinieron años terribles en el país, destruir no requiere mucho tiempo, una bomba derriba en segundos un edificio que lleva meses construir, así fue el macrismo, literalmente, una bomba sobre cada hogar humilde de la Argentina, que destruyó el tejido social que se había fortalecido durante 12 años para amortiguar el impacto del daño económico que sobrevino de la crisis del 2001, sin embargo, no les importó y desde el minuto cero de gobierno destilaron ese odio en punto de ebullición que los carcomía por dentro, a fuerza de tarifazos y timba financiera nos llevaron a estadísticas de pobreza vergonzosas.

 “Otra vez lo mismo”, se dijo recordando el calvario que lo llevó a México en el 2002 y parecía repetirse, esta vez con mayor virulencia, no entendía qué había pasado, en realidad sí lo entendía, no quería aceptarlo, la traición de parte de ese pueblo que se vio beneficiado con 12 años de Kirchnerismo votaron en su contra, esclavos de la manipulación aviesa, víctimas predilectas en la batalla cultural que se libra a diario desde la circulación de discursos y la construcción de verdad, una batalla desigual contra los medios hegemónicos ya que las “fake news” y la falta de una legislación taxativa que rija una profesión bastardeada y denigrada por falta de ética profesional, hacen del periodismo un territorio fértil para los mercenarios y traficantes de mentiras más que para quienes trabajan desde la dignidad.