2001, el otro país

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 Por Raul Valobra

Cansado del país decidió irse, luego de padecer los peores años, desde el regreso de la democracia -hasta ese momento. Se marchó en el 2002, una víctima más de la crisis que eclosionó en el 2001, partió a México, con mucho dolor, dejando atrás no solo a su familia, se había separado hacía muy poco, tenía dos hijos, de 11 y 9 añitos en aquel momento, por lo que el fracaso del desempleo que lo empujó al exilio entrañaba un desgarro mucho más profundo aún, dejar a sus seres más queridos.

Allá se fue, con la ilusión a cuestas, a laburar en lo que sea, necesitaba reinsertarse en el mercado laboral con sus 37 años, aunque presentía que lo poco que hallaría fuera del país sería, en principio, de carácter informal: changas o laburos que no fueran tan buscados por los lugareños, más allá de su oficio de soldador y algún conocimiento básico en electricidad, que nunca pudo aplicar como operario de la Mercedes Benz, durante los 9 años que laburó en la fábrica.

Atrás, quedaba el sufrimiento de sus padres que desconsolados le ofrecieron mil alternativas para que no se marche del país pero ni ese dolor pudo retenerlo, se había fijado ir laburar afuera, ganar guita, volver como un ganador a la misma sociedad que de a poco lo fue apartando de todas las actividades que realizaba, esto provocó la ruptura matrimonial, es que la situación se torna muy compleja en una relación cuando el hombre no puede ser el sostén del hogar, entran en juego algunos factores que generalmente desintegran el equilibrio de la convivencia.

Lo que le ofrecía el Estado era algo que aceptó como un paliativo, casi una limosna, dentro de su estructuración mental no se permitía aceptar este nuevo esquema social propuesto por la Alianza y el neoliberalismo económico, que venía de arrastre con los 10 años anteriores del menemismo, en los que todos creyeron en la panacea del “1 a 1”, si hasta él también creyó, es más, por eso fue que conoció México, en los años en que nuestra economía quiso darle a su moneda el mismo valor del dólar (hoy, otra gente vuelve a proponer la dolarización).

El fin de la experiencia desembocó en una colosal tragedia social y económica, el cincuenta por ciento del país quedó fuera del circuito económico, ya sea desempleados, subocupados, excluidos, marginados; y los bancos se quedaron con los ahorros de los argentinos, las multinacionales se llevaron sus dólares pero la pobre gente fue sometida al corralito, dentro del cual quedaron prisioneros los depósitos en pesos y en dólares de la gente, la fiesta concluyó con un estallido social que empujó a De la Rúa a la renuncia, con un luctuoso saldo de 39 víctimas fatales.

Esto aceleró su decisión de emigrar, además de no soportar ni aceptar vivir de planes sociales, tampoco quería agarrar otro trabajo de menor valía, por su escasa remuneración o por las condiciones de usura que le ofrecían, el viaje le hizo ver que el capitalismo iniciaba una nueva era de esclavitud, esta vez sin cadenas, con otros mecanismos y a escala global, porque en Acapulco apenas pudo emplearse de mozo, vendedor en un puesto callejero y empleado para entregar sombrillas y reposeras en una playa, algo que le hizo ver una realidad que desde su Cañuelas no había sabido observar, en el país hay muchísimos más derechos laborales que en otros países.

Un lunes de julio viajó y compró el pasaje, con guita ahorrada, prestada, pedida, todo sumó para llegar al monto que lo llevaría hasta el territorio Azteca, tanto que los había “puteado” en el 86 cuando alentaban por Alemania y ahora iba a ir a “matarse el hambre allá”, algo que poco digería y que entre tantos quilombos que hacían ruido en su cabeza con lo que estaba sufriendo, eso era apenas un detalle que no tenía mayor importancia. El 17 de ese mes dejó el país, con lágrimas, resignación, impotencia aunque no sentía en su interior ganas de volver.

Lo demás es lo que todos ya sabemos, desde el 2003 el país floreció, en forma ininterrumpida, el pueblo argentino pudo recuperar la dignidad del trabajo, los argentinos pudieron volver a creer en el futuro, ese futuro arrebatado por el neoliberalismo –que regresó en el 2015 de la mano de Macri-, así que a esa Argentina volvían sus hijos pródigos, los que penaron por el desarraigo, aquellos que vieron como el país les cerraba las puertas, víctimas de un modelo económico criminal que se desentendía de los millones de argentinos que se quedaban afuera del sistema.

Volvió un lunes 29 de octubre del 2007, 5 años después, a repartir abrazos, entre lágrimas y risas, no paró un segundo de abrazar a los que fueron a Ezeiza a recibirlo, ahí supo cuánto lo quería ese círculo de afectos que él abandonó en su partida, se sintió un egoísta por haber sometido a sus padres y sus hijos a tanto dolor, al tiempo que entendía de cuánto se había privado mientras estuvo lejos de su país, ese país que ahora hablaba otro idioma (político), tan distinto al que dejó, tan lleno de esperanzas, justo ahora que una tal Cristina había sido proclamada presidenta el día anterior.

Supo que nunca más dejaría su patria, que nadie iba a poder alejarlo nuevamente de su gente, de su tierra, de lo que lo hace feliz, se volvió un militante rabioso de ese “proyecto nacional y popular” que transformó la realidad, pagó la deuda, permitió al obrero llenarse de utopías: comprar o arreglar la casa, llegar al auto, disfrutar de vacaciones; todos, sin que nadie se quede afuera, desterrando de la gente esa teoría macabra de querer “salvarse solo” que imperaba en los 90, ahora se escuchaba a cada rato “la patria es el otro” y luchaba día a día en Cañuelas para que esa frase no sea solo un eslogan de campaña y se vuelva una verdad.