De los boliches de Cañuelas y otras yerbas

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Lic. Raúl E. Valobra

No sé si ustedes saben pero debajo de este Cañuelas hay otro Cañuelas sepultado que, sin darnos cuenta, fue quedando atrás, avasallado por el progreso y el crecimiento que acontecieron en la ciudad, sobre todo con el advenimiento del siglo XXI, la fluida interconexión con la Cuidad de Buenos Aires y el nuevo esquema de vida de muchos de sus pobladores, en el que desarrollan la actividad comercial allá y luego se desplazan a comunas cercanas, como la nuestra, para vivir en los populares barrios cerrados o countries.

Si bien esto contribuyó al rediseño, no fue el único factor determinante del nuevo imaginario urbano de aquel pueblo que es prácticamente intangible con este Cañuelas pujante, por el que uno suele andar día a día, el crecimiento demográfico propio, la estratégica ubicación geográfica, la llegada de la autopista, las rutas que la circundan, el desarrollo industrial y educativo, todo ha incidido para que hoy solo queden fotos del Cañuelas de antaño, más allá de la vaga reminiscencia que pueda expresar algún que otro parroquiano, añorándolo.

En ese Cañuelas sepultado existían infinidad de “boliches”, parajes obligados de gran parte de los hombres –exclusivamente- de la época, hablo de esos espacios en los que se daban cita para beber: el obrero, el comerciante, el empresario, el quinielero, el hombre de campo, el tropero y el holgazán, todos bajo el mismo código de respeto que se imponía como norma esencial de sus habitués; la mesa, la charla, el juego de naipes, la picada, las copas, muchas veces invitadas, como un gesto de caballerosidad que aún se mantiene, a pesar de la situación económica.

No es posible hoy encontrar esta amalgama de estratos sociales en otros lugares, las confiterías expresan al capitalismo, están diseñadas para los jóvenes y con determinado poder adquisitivo, su enclave céntrico es en sí mismo una condición restrictiva para muchos, ya que obliga a elegir un vestuario apropiado, impone otro costo y la exposición constante al transeúnte, algo que muchos valoran al ir allí, como contrapartida del bolichero, que casi siempre quiere permanecer en el anonimato, sin llamar la atención, que suele ir “así nomás”, como anda, con su muda de pintor, mecánico, albañil o municipal, por nombrar algunos.

En aquel Cañuelas de antes, estaba el boliche “de Erramouspe”, Juárez y Sarmiento; el “de Farías”, Pasaje Antonio Díaz casi Libertad; el “de Santos”, Alem y San Vicente; de “los hermanos Rivas”, 9 de Julio y Brandsen; con cancha abierta de bochas,  el “Poco a Poco”, Primero de Mayo y Juncal; “lo Yapur”, Rivadavia y Acuña; el de “Ponce de León”, San Martín, pegado a la clínica, “El Indio Rubio”, Brandsen casi Mozotegui; lo de “Mazeo”, Brandsen y Vélez Sarsfield, “Berrueta”, Salta y Monseñor Shell. Y el “boliche de Villalba”, Antártida Argentina casi San Vicente, que de todos estos que mencioné es el único que logró sobrevivir al tiempo y los cambios de hábitos de la población y mantiene sus puertas abiertas.

Las búsquedas son otras, indudablemente, a veces suena una guitarra, otras a capela alguien entona un tanguito, las conversaciones se entrecruzan, los problemas personales se sociabilizan, las mesas de truco y mus comparten las charlas con los que toman sus copas y siguen el desarrollo de esos partidos, en la barra no faltan parroquianos, que suelen meter bocados en las otras mesas y se suman a alguna discusión, nunca faltan las picadas o la donación que llega de la casa de alguien y se comparte con todos, porque en el boliche no cuenta jamás la anchura de la billetera, se respeta y se valora a la persona por lo que es.

Ahí está el boliche, resistiendo los embates del modernismo, con sus paredes exhibiendo el paso del tiempo, su colección de antigüedades, fotos históricas, infaltables almanaques de Molina Campo, cosas de campo; todo parece un desafío al dios de estos tiempos, el mercado, que se encarga de hacer desaparecer lo viejo para que nazcan otras expresiones culturales y comerciales que incentiven al consumo, desterrando el ejercicio de la memoria, tan vital para seguir conservando nuestras raíces identitarias, de las que el “boliche” sigue siendo un mojón.

 

“La Chule”

Ella, es hoy quien está al frente del boliche y aquel histórico boliche “de Villalba” hoy es conocido popularmente como “lo de la Chule”, título que se ganó luego de estar 50 años detrás del mostrador, siendo una de las tres hijas de Don Osvaldo Humberto Villalba, más un varón. Al principio colaborando con su padre, lidiando con un ambiente en el que no muchas se sentirían cómodas para trabajar. Sin embargo, la Chule (Analía) ha sabido ganarse el respeto y el afecto de todos, adaptándose por supuesto a los cambios de épocas. Este concepto resulta demasiado abarcativo pero fue incorporar una TV, cable para ver futbol, aire acondicionado, freezer, ofrecer empanadas, tartas y todos los sábados una comida para los que gusten compartir, generalmente algunas pastas, risotto, puchero, u otros platos que ella misma elabora para sus clientes que como se escucha decir a por ahí: “esto es una familia”, en referencia al grupo que concurre y a los que se van incorporando para ocupar las sillas que el paso del tiempo va dejando vacías.