Emotiva carta de un alumno para Eduardo Labari en el aniversario de su fallecimiento

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Se cumplió un año del deceso del recordado docente de la Escuela Agrotécnica Salesiana  Don Bosco y en el establecimiento se desarrolló una Misa en su recuerdo. Un alumno del Escuela redactó una nota que lo evoca con emoción.

 

El pasado jueves se realizó en el patio de la Escuela Agrotécnica Salesiana Don Bosco de Uribelarrea una misa en recuerdo de Eduardo Labari el reconocido docente y vecino de la localidad que dejó una imborrable huella en la comunidad en donde desarrolló su actividad.

En dicha jornada se leyó una carta redactada por el alumno  Víctor Montero que emocionó a todos los presentes con palabras cargadas de sentimiento y en el que quienes lo conocieron vieron reflejadas lo que significó el paso de Eduardo por sus vidas.

Compartimos con nuestros lectores la Carta de Víctor:

«Suele decirse que es difícil hablar sobre alguien que se ha ido. Generalmente sucede, buscamos metáforas, hacemos cuentas y nos desdoblamos para solapar las esquinas de las emociones y que no nos quiebren. Pero hay que decir, de una vez por todas, la pura verdad. Hay personas que se retiran, pero no se van.

Nos invade la angustia, nos pone cabizbajos, sentimos que termina una era y que comienza otra, pero olvidamos fácilmente que en el éter se graban nuestras vidas como mantos de fuego. Por eso, hablar de la vida de Eduardo Labari es hablar de una yerra inmensa, que marcó el aire eterno de Uribelarrea y de su gente.

Eduardo tuvo en sus manos pizarras donde escribía. A veces hacía garabatos de aprecio, a veces dibujos de estima, a veces potentes ecuaciones de amistad. Pero es curioso, siempre escribía con tiza indeleble. Como un viejo caballero o un verdadero avatar, daba su palabra de honor en aquellas pizarras.

No se ha inventado, ni podrá inventarse jamás, un instrumento borrador que suprima el afecto del espíritu. Por eso Eduardo Labari puede dejar de dibujar, puede esconderse un poco detrás del polvo de la tiza, puede crecer el viento y los árboles, tal vez en un silencio absoluto, pero no se puede ir.

Tanto fue su magnetismo, que viró nuestra rosa de los vientos, es evidente que la energía de alguien especial no se pierde, se transforma.

Hay personas que llegan y encuentran el mundo establecido de cierta manera. Muchos pasan y viven, y está bien. Otros lo observan, lo moldean, lo giran, le dan un golpe tremendo y cambian el norte de todos los ríos. Y también está bien.

Nunca podremos decir que Eduardo tuvo poco tiempo. Porque el tiempo que estuvo, sinceramente, tal vez haya sido el mejor tiempo de todos.

Suede decirse que es difícil hablar sobre alguien que se ha ido. Si que lo es, pero hay que intentarlo. Feliz viaje mi amigo, querido Eduardo»